Mal ligado y conducido por el pobre y poco sostenible argumento de ¿quién va a viajar un domingo a las 11.30 para Maldonado?, llego ajustado a Tres Cruces y me quedo con el último pasaje disponible: es el asiento 3, el del guarda, porque como el coche es directo y no levanta pasajeros en la ruta, no viaja y se limita a controlar, en el andén de la terminal, que tengas tu boletito. El 3 es el peor asiento cuando tu vida está llegando a los dos dedos de frente, porque es casi el del conductor y te obliga a ir manejando virtualmente como si fuera un Sega o un Nintendo. Para peor, y ya veo que estoy pasando los dos dedos de frente, estos asientos, los de coconductores -el mío y el de la señora de al lado, que no entiende lo que estoy escribiendo-, no tienen cinturón de seguridad y está clavado que por lo menos estas plazas deberían tenerlo, si no debería tener todo el bondi, dado que, como sabes, en auto nadie puede andar sin cinto. ¡Y pensar que otros le tienen miedo a subirse a un avión!
Bueno, este acontecimiento, el de venir manejando por la Interbalnearia -tuvimos que meter algo de Giannattasio porque en la 101, ésa que pasa por el costadito del aeropuerto, está compliqueti ahora que vamos a tener terminal aérea con glamour-, me modificó los planes. Yo pensaba echar un sueñito y ahora me puse a pensar en el partido, en las culturas, en qué distintos son estos pequeños colectivos de once tipos por cada lado, como consecuencia de los desarrollos de sus grandes colectivos, sus comunidades. Entonces te empieza a quedar claro por qué juegan tan distinto fernandinos y salteños. Es que estos maldonadenses de hoy son fruto de un proceso aluvional que, por lo menos, se forjó en el boom de la construcción de los 70, que trajo a Punta del Este a miles de tipos que en ese momento no sabían lo que era un fretacho ni cuántos baldes de arena lleva la mezcladora, pero que querían laburo para saciar el hambre de sus norteños gurises moquientos, siguió con esos mismos tipos que dieron espacio a porteros, aprendiz de electricista, plomeros y ni qué decir jardineros y todos sus subproductos. Pero la cosa siguió todavía con las centenas de mujeres que cruzan el país aún hoy para atender a los señores y señoras que tienen derecho a merecidas vacaciones, o flacos que serán mozos, o pisteros que eran pizzeros, o estudiantes que serán lavacopas.
En el fútbol, como en el carnaval y como en la música, se funde ese proceso cosmopolita y te saca un producto distinto. ¿Cómo sería el fútbol de la ciudad de Maldonado antes de que esa ciudad pasara a ser dormitorio de emigrantes intradepartamentales que se iban a trabajar a Punta y a vivir, jugar, bailar y enamorar en Maldonado? Apuesto a que había un fútbol distinto al de estos días en el que se trasluce la fuerza, el empeño, la vergüenza y cada uno de los atributos que hayan traído o les hayan legado del norte, del litoral, del centro, del sur y hasta del este. Pero en los 70 el boom no sólo llevó ese aluvión de obreros nuevos pobladores, también llevó y desarrolló en el solar natal futbolistas de clase que hicieron que Maldonado sonara bien arriba.
¿Y los salteños? Nada que ver. Fijate que esos muchachos y muchachas adquieren el fenotipo social, que entonces es también deportivo, de una ciudad con vida propia, que durante años de años estuvo mucho más cerca de los medios dominantes de Argentina que de los de Montevideo. Entonces ya no tanto éstos, pero sus hermanos mayores y sus padres se criaron y criaron una forma de juego mucho más argentinizada, entendiendo por ello un fútbol más rápido, más fachero, con menos mezcla y podadora. Con la ventana de atrás que da a Concordia, con la natural interacción entre las dos ciudades, se genera también una forma de ser deportivo que después se refleja en la cancha.
Llego a la terminal, me bajo, oteo el coloso de cemento, siento olor a pueblo aunque ronroneen las bembas y los merceditos y las kiosqueras huelan a Chanel Nº 5, y no sólo me doy cuenta de que es de inteligente garqueta pensar que vas regalado en un bondi, sino que he hecho lo que debía hacer: venirme a gozar con el fútbol, casi, casi en estado de pureza.
A>El Chenlo
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