Con gran performance Rácing derrotó 2-1 a Peñarol con goles de Líber Quiñones y Gastón Machado
Todo el mundo habla, todos gesticulan. La guinda tiene esa magia infinita. El murmullo es un gran chamuyo colectivo que se transforma en silbidos y la ansiedad en terrible calentura. Con la sangre en el ojo y las gargantas secas, como lenguas de loros en fiesta ajena.
El desconcierto empezó a asomar cuando a la media hora de juego, el Pollo sintió un tirón en el muslo y lo suplantó Román -de escaso aporte- y en el final de la primera parte se dibujó en los rostros, una vez que el esférico quedó boyando y Líber Quiñones metió pechuga y conectó una bolea limpia que tembló en la red.
El Peñarol eterno metió lucha, sudó como nunca, los muchachos de Ribas corren y meten piernas hasta el agotamiento, pero a la hora de armar juego se le complicó el menú. Ya en la primera parte, el desempeño albiverde había sido superior.
A los diez minutos un centro envenenado del botija Barrientos prendió una luz amarilla en los habitantes del cemento. El remolino de entusiasmo levantó el hervor cuando la agarraba el Pollo -que metió un par de pases precisos y otro par de quiebres de carcasa- pero no hubo eco en Pacheco y Brian, este último muy solo arriba.
Sobre los veinte de juego, en un contragolpe mirasol remató el Pollo y casi todo el mundo en la olla del estadio gritó el gol del añorado retorno del famoso.
El juez Larrañaga, a instancias del línea anuló la cuestión por fino orsai. Algunas miradas se cruzaron en el aire fresco, con desilusión pícara a flor de piel.
Fue una sensación rara, el gol que no fue. Después, más tarde, vino el 1 a 0 y todo se puso cuesta arriba. El gladiador Ribas mandó al argentino Martinuccio en un cambio ofensivo que pasó desapercibido. Tambaleó Rácing con una pelota que sacaron en la línea y por un instante el encuentro caminó por la cornisa de la incertidumbre.
Peñarol entonces luchaba además del tanteador adverso, contra la maldita ansiedad de un fútbol inconexo, tentado por la locura del apuro y tratando de empatar como fuera.
Y en eso cayó el 2 a 0, más pesado que un viaje de escombros. La gritería de un puñado heroico de hinchas de la academia con el 2-0 anotado por Gastón Machado, luego de una jugada de óbol, prendió una luz roja, más peligrosa que una llamada de teléfono trucha.
La euforia reventó en Sayago igual que una bombarda con colores verde y blanco y bajo un techo luminoso y diáfano. El Rácing del ingeniero Verzeri manejó el tiempo y la táctica, jugó un fútbol ordenado y simple.
Rácing es una escuadra que siempre está bien parada, con una defensa firme, cuida la guinda permanentemente y genera además chances de gol. A pesar de todas las bajas que tuvo (Balsas, Blanes, Torres, el tucumano Hernández) es un colectivo que funciona.
Al rato, el batallador Mozzo se presentó con la bandeja en el área y metió un cabezazo con el alma para poner el 2-1 poniendo a gritar a todo el mundo.
El ingeniero hizo los cálculos y ensayó la fórmula de Cóccaro y Cauteruccio. Enseguida el Guille Rodríguez le cometió infracción penal al último. Le pegó Popeye Scotti, la globa dio en un caño y en el rebote el cabezazo estalló en las tribunas cuando pasó el peligro de la espinaca. Hubiese sido un 3-1 casi lapidario.
Faltaban apenas siete u ocho minutos. Y allá fue Peñarol con la espada, la lanza, la coraza y los cascos. A buscar el empate milagroso, el oxígeno vital, la ilusión y la alegría. Pero encontró un león, más pelado que yo en el arco de enfrente y con un par de intervenciones del Loco Contreras, que va para viejo y cada vez ataja mejor.
Los agudos silbidos fueron el postre a miles de miradas nerviosas y caras desconcertadas. No sale nada, no sale.
Rácing ganó bien, con personalidad, sólido, en gran tarde. Peñarol cayó de inmediato en ese acto de folclore uruguayo bien clásico: de que reviente todo y el rumor infernal de darle salida al técnico. En fin señores, así es el fútbol. Siempre todo llega. Mientras tanto, se gana y se pierde, como en la vida.
Marcelo Tasistro
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