Trouville superó a Atenas y a los sabelotodos
El día en que se abra la cátedra de bocabiertas, sin duda, varios periodistas deportivos podrán aspirar al grado 5 de oficio. No sólo por las tesis y trabajos monográficos que fundamentan que tal o cual sólo pueden ganar porque es deporte, o que ciertos partidos que no van a ser tales sino una simple práctica, sino por la enorme capacidad de sentenciar encuentros que aún no se han jugado sin tener en cuenta dos viejas máximas post socráticas y casi premarxistas: "los partidos hay que jugarlos" y "el partido no termina hasta que termina".
Ayer, en el comienzo de los play off, la cátedra había deshauciado a Trouville, que, para peor, jugaba sin su extranjero Marques Lewis, que sigue lesionado, y ya había apuntado el poroto para Atenas, incluso antes de que los jugadores se cambiaran para entrar.
El día que decodifiquen el ADN del deporte se encontrarán con algo tan inexplicable como maravilloso: esa condición de extrañísimo equilibrio que hace que en una cancha sean todos iguales. Trouville trabajó un partido con sus mejores armas -defensa, cohesión y ganas-, y con una excepcional gestión de Gordon James logró derrotar a los atenienses, que, sabedores de que aquello no era una práctica, dieron dura lucha por tratar de recuperar un partido que nunca había sido suyo. El equipo de Camiña, conductor en la tormenta, terminó ganando 80 a 70 y Trouville, para asombro y sorpresa de muchos, quedó 1 a 0.
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