Cristian Núñez estuvo en el Depor el pasado sábado, antes de la consagración del elenco dirigido por Eduardo Acevedo
Fue un partidazo donde la pasión de sus hinchas le dieron dimensión a la gran conquista albiceleste por 3-2
El título liguillero y el acceso a la Copa Libertadores fueron obtenidos ayer en el Estadio Franzini por un gran equipo, el Cerro-Cerro, que llevó una multitud tras su fútbol esperanzador. River Plate fue un peligroso rival, que recibió el pase a la Copa Sudamericana con profunda desazón.
Cerro volvió a poner en escena el buen espectáculo futbolístico al que nos tiene acostumbrados desde tiempo atrás. Esta vez tuvo la exigencia de confirmar, en un último partido, su aspiración de ser campeón y llegar a la Copa Libertadores en su fase principal. Cumplió con creces. Ganó jugando muy buen fútbol. Mostró valores colectivos que dieron sustento sólido a sus actuaciones. Manejó los fundamentos de la recepción, la conducción y el pase con sobrados méritos individuales. A ese saber jugar le dio velocidad, dinámica -con y sin pelota- creando superioridades numéricas por zonas que lo llevaron a un triunfo lógico y, además, vistoso.
El gran piso de la cancha de Defensor facilitó que saliera un gran partido. La pelota rodó muy bien allí y ambos equipos lo agradecieron llevando a la práctica un fútbol de calidad. En ese marco de excelencia, Cerro fue tomando primacía que lo llevaron a sacar ventaja de dos goles en menos de media hora. A la firmeza de su última línea le agregó las genialidades del fútbol simple producidas por Matías Nachitogonzález Cabrera, quien encontraba respaldo vigoroso en Caballero y Suárez además de lograr encuentros de ataque muy bien hilvanados con Álvez, llamado por Acevedo para tomar, en este último partido, el papel que cumplió al principio de la Liguilla el Piojo Pérez rompiendo defensas con habilidad y pique. Para completar y preocupar a más de uno, estaba Joaquín Boghossian, el hombre pariente del gol -ayer participó de los tres conquistados por su equipo- que ha aprendido a convivir con su corpulencia utilizándola para facilitar espacios a sus compañeros o definir por las suyas.
Ni que hablar de un hombre clave como Richard Pellejero. El profe Eduardo Arismendi diría, al terminar el partido, poniéndolo primero en la lista de reconocimientos: “domina el vestuario”. Podría haber agregado que les da sensatez y cordura a las tareas defensivo-ofensivas desde su atalaya de centrojás como los de antes.
El primer gol, ya a los 9 minutos, nació en un ataque por derecha que Cabrera mandó a la Sección Definición ubicada del otro lado de la cancha.
Una jugada rarísima provocó el segundo tanto. La pelota llegó desde el mediocampo al área traída con toques que la levantaban del piso. Así provocó errores graves en zona defensiva de Tiscornia y Sosa que aprovecho la dupla de Álvez y el armenio.
Las llegadas a los arcos eran constantes. El partido entusiasmaba.
Carrasco sacó a Porras (¿se puede llegar a la convicción de que un integrante del equipo, probado y re probado en entrenamientos y partidos, merezca la salida del campo a los 15 minutos?) y movió su estructura central. Klingender pasó de enlace a volante por derecha, Rizotto pasó de volante central donde se movía el extrañamente excluido y entró Bruno Montelongo como nuevo enlace. No se vieron los resultados de tanto movimiento. Luego de eso, llegó el segundo gol y varios ataques difíciles para el elenco carrasquista. De todas formas se cambiaba intento de ataque por intento de ataque. El Franzini vibraba.
A los 41 minutos se produjo un golazo notable. El Japonés Rodríguez cortó un profundo ataque cerrense, cerrando de izquierda a derecha llevándose la pelota desde su propio punto penal. Llegó a la banda derecha esquivando rivales, encontró el apoyo en pared de Gutiérrez y, ya pasando la media cancha, profundizó para Puppo. Este entró por el lateral derecho y, a la altura del área enemiga profundizó para la entrada al vacío de Henry Giménez. Sólo con Rolero de frente, culminó con éxito. No era sólo un golazo sino un estímulo para acercarse a pelear el partido.
Al comenzar el segundo tiempo River metió varios ataques pero su gente se comenzó a impacientar en la tribuna con las mil finezas que sus jugadores intentan en el área rival (“¡tiren por favor!”, “¡déjense de embromar con dejarla pasar!”) pero el golpe demoledor llegó, otra vez como en el primer tiempo, rápido y contundente. El juego se dio vuelta y fue Boghossian quien asistió a Matías Cabrera de adentro del área hacia afuera y el exquisito número 10 le dio de primera y la clavó abajo contra el palo. Otra vez dos goles de diferencia al plasmarse el 3-1. Cerro jugaba con todo a favor, River convertía su velocidad en apuro en tanto el reloj también jugaba en su contra. No por eso se entregaron y los intentos se sucedieron. El ida y vuelta siguió instalado y el gran partido también.
Y River se puso a tiro nuevamente: la zurda de Jorge Rodríguez en acción y la cabeza del argentino Sosa apareció no se sabe de donde.
Allá por los 32 minutos Montelongo desperdició una chance muy clara. Un pase del Japonés le dijo “hacelo” y sólo se la alcanzó a Rolero. “Era ésa”, dijo el hincha riverplatense que estaba a mi lado en la tribuna del sol. Y si era ésa y no fue…
Ya al retirarse del Franzini, Carrasco afirmó que Cerro había ganado bien y que “la diferencia siempre está en la definición aunque nosotros trabajemos constantemente para el funcionamiento”. Por ahí va la cosa.
Ya las muestras de entusiasmo de los miles de cerrenses comenzaban a desparramarse por el Parque Rodó, con la garganta rota y la cabeza volando, con un contento profundo luego de los festejos enloquecidos de la vuelta olímpica y todos sus aderezos. La victoria del humilde cuadro del Cerro, el del grito gemelo, había sido conseguida sin dejar dudas, siendo simplemente mejor que los grandes, los casi grandes y los más o menos iguales.
¡Cerro campeón! El 2010 es de Copa Libertadores.
Jorge Burgell
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