domingo, 12 de octubre de 2008

Golpe a golpe

En un partido enloquecido, a pura falta (48) y amarillas (10), perdimos con los argentinos porque nos olvidamos de jugar
Uruguay planteó el encuentro ante Argentina en el terreno de la pelea, y eso no le dio más resultado que conseguir una derrota bien barata. Los goles tempraneros –el primero ligando muy mal- crearon una situación en cuesta arriba que no se pudo superar, más allá del gol de descuento que, en el final, llevó a los locales a jugar haciendo tiempo y pidiendo la hora.
Desde el juicio del tipo de fútbol producido fue un partido de porquería. Nunca dio para el disfrute continuado. Esto vale para los dos, para los vencedores argentinos por 2-1 y para los perdedores uruguayos. Fútbol de desecho, de descarte, de lo peor. Se planteó en el terreno de la pelea, de lo conversado, del manotazo y el agarrón, del golpe aleve y de la respuesta vengativa. Uruguay tuvo la iniciativa y encontró una réplica igualmente deplorable pero más baqueana, que disimulaba mejor cuando era culpable y exageraba con fruición cuando resultaba víctima.
Ayudó un arbitraje de los peores. Carlos Torres fue cómplice en la violencia. ¿No hubo ninguna jugada de expulsión? Vi muchísimas, que el paraguayo no, subiendo cada vez en fealdad y en número. Fueron 48 faltas (27 de Uruguay, 21 de Argentina), 10 amonestaciones (5 amarillas para Argentina, 5 para Uruguay) y perdonó (omitió) demasiadas. En resumen, un golpe cada menos de dos minutos. Impresentable.
Si sobraron golpes, a Uruguay le faltó garra. Si la acepción más acertada y aceptada de garra (charrúa en este caso) es la capacidad para superar una situación adversa, para dar un buen rendimiento deportivo cuando las cosas vienen mal, Uruguay, esta vez, no la tuvo. La situación adversa fueron los dos goles en doce minutos, lo que no se hizo fue mantener la calma y sostener la estructura de equipo planteada desde la planificación previa. Sólo imponiéndola, se podía revertir el 2-0 en contra. Y eso se hace jugada a jugada, pase a pase. Con aplomo, con fuerza de equipo, con perseverancia, con los mismos cuidados defensivos y con la misma estrategia de ataque, esa que fue tempranamente reforzada por la entrada de Cavani, al lesionarse Fucile.
Por lo contrario, la rapidez y circunstancias con que llegaron los goles sumió al equipo uruguayo en un estado de nervios que no le permitió resolver el problema técnico que presentaba la cancha mojada y la velocidad consecuente de la pelota, que ya de por sí es muy rápida. Los uruguayos fallaban en los pases y el dominio de la pelota, y ya estaba instalado el festival de jugadas ilícitas en el que eran promotores principales Eguren y Diego Pérez, a quienes nadie discute su actitud combativa pero a quienes no hay por qué admitirle su desenfoque golpeador. Justo de ellos, como volantes centrales, tenía que partir la solidez del juego en bloque.
Cuando asumió Óscar Tabárez nos dio una lección a todos, explicando que el juego limpio que proponía para la selección iba a redundar en menos faltas de jugadores por expulsiones y suma de amonestaciones, en tomar menos tiros libres en contra pero, además, en una concentración mayor en el juego al participar mucho menos en discusiones y altercados con los jueces y rivales.
Los goles
El primer gol tuvo la participación de Carlos Torres. En una acción de ataque muy difícil realizada por los locales, Cáceres se cruzó hacia la derecha y logró sacarla. Pero a pocos metros pegó en el juez quien, lento de reflejos, no pudo esquivarla. Lo que sería el alivio de una situación de tensión defensiva se convirtió en un pase del juez a Riquelme, en lo que fue una de las mejores habilitaciones del partido. De allí el centro de izquierda a derecha, donde, obviamente, no estaba Cáceres pero tampoco estuvo su relevo, y Messi pudo cabecear al gol con tranquilidad.
(Aquí cabe una digresión: en ninguno de los dos goles argentinos hubo posición adelantada, tesis central del comentario realizado en Tenfieldigital culpando al árbitro de la derrota, opinión que extraña, porque los videos de la misma empresa, que podemos facilitar, muestran exactamente lo contrario, con muy aceptable calidad técnica).
En el segundo tanto –ya con Uruguay desorientado y con Argentina en situación dominante- la concreción pudo estar ya en el envío al área de Tévez y en el tiro de Cambiasso, pero al dar en el palo recién se concretó en la velocidad de reacción mayor en Agüero que en Abreu, los que estaban en el lugar hacia donde fue la pelota.
Por la vía de la buena excepción surgió el descuento uruguayo ya sobre el final del primer tiempo. Una buena acción por abajo que sale de Godín en su cancha y pasa por varios hombres celestes provocó un corner a favor. De la ejecución, con todos los que van a cabecear en el área argentina, vino una devolución defensiva corta que volvió a ser metida en el área por Diego Pérez, rebotó y tomó un efecto rarísimo que, cuando parecía irse afuera la hizo quedar en el borde de la línea. Suárez llegó primero, mandó el pase atrás y Lugano puso el pie en forma perfecta.
La esperanza no concretada
El 2-1 tiñó el segundo tiempo de esperanzas de empate, pero se repitió un juego sin remates al arco -salvo uno de Tévez que produjo gran atajada de Castillo (4´) o uno de Suárez desviado (10´) o el de Agüero, de frente al gol, que se fue afuera (16´)- y de alta confrontación.
En los últimos ocho minutos se vino el desgarro de Eguren, por lo cual el empuje final uruguayo no llegó más allá de la jugada donde el golero Juan Castillo llegó al área argentina para intentar conectar un cabezazo, en un tiro libre, lo que casi logró.
La selección, ahora, ya está en Bolivia. Si Argentina sólo había perdido un partido en 46 disputados por Eliminatorias como local, en La Paz la estadística –aunque con menos contundencia- también favorece a los locales con la alianza entre juego y altitud de 3.600 metros.
Otro desafío difícil para la escuadra de Tabárez, que se afrontará mañana con varias bajas (Godín, Eguren, Suárez, Pérez y Chevantón) para seguir dando batalla en una Clasificatoria para Sudáfrica muy difícil y disputada.
Jorge Burgell

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