lunes, 15 de marzo de 2010

Alquimia

Sueños y ganas convertidos en gloria en Pan de Azúcar y Piriápolis
¿Por qué, si hace años, cuando capaz que hasta nos conocíamos, hace tanto tiempo ya que parece haber sido en la Edad Media, no pude arrancarte más que un "no sé", por qué creo ahora que contándote una historia de unos gauchitos que hablan de tú te voy a convencer de que me leas?

Porque Eduardo Sacheri me enseñó que se puede enamorar con una historia, como ésta que te voy a hacer, que no tiene más amor que el que tiene un gurí por la pelota, que el de los sueños, que el de robarle un beso a la gloria.

Es una historia chiquita y mínima, pero que late, que emociona a vecinos y primos, a novias y profesores.

Hijos de la alquimia, de Francisco Piria, de sus sueños, sus proyectos, sus especulaciones.

Se trata de un equipo de laburantes, humildote y sencillito. Con sueños escondidos en sus lugares de trabajo, bicicleteados en largas recorridas en chiva, o en la hondita, zurcidos como esa ropa con la que entrenan aquí o allá.

Es el equipo de los muchachos de Pan de Azúcar y de Piriápolis, el que la OFI llama "Maldonado Interior", el Este conoce oficialmente como "Zona Oeste" y los vecinos de Pan de Azúcar y de Piriápolis reconocen como Maldonado, porque eso son, representantes de Maldonado.

Yo los vi, y nadie me lo contó, cuando después de perder el título del Este en el último minuto, calentaban, solos, solitos en la penumbra, en un apretado sueño empujado por gritos que arengaban en la soledad a apuntar al "se puede, es hoy, podemos".

Aquel día, en una de sus casas, en Pan de Azúcar y ante sus vecinos y parientes, hicieron un gran partido contra los grandes candidatos de Colonia, pero a pesar del esfuerzo, de los sueños, de la realidad, perdieron 2 a 1 en la ida, entregando al escepticismo de los sabelotodo del pueblo y los tecnócratas de la comunicación el destino de perdedor, de eliminado, de "chau, copa".

Yo los vi, y nadie me lo contó, cuando, más solos todavía, se dieron voces sabiendo que podían, que no era sólo meter y meter, que meter y meter es ir a la cuadra de la panadería y después a entrenar, que dar todo es estar en la estación de servicio y arrancar para el partido, que sentir es estar hasta la madrugada en el laburo y jugar como si hubieras concentrado en el Conrad.

Fue el sábado en Nueva Helvecia, frente a los poderosos colonienses, cuando ese vigoroso eje central Richard Silvera anotó el primero para los albos. Iban 20 minutos. Sólo 10 minutos después ese diablito encarador y con toque, Federico Ramos, ponía el más grande silenciador que se haya conocido en Nueva Helvecia: 2 a 0. El milagro gritaban los relatores, mientras hacían cuentas, miraban los cronómetros y otra vez los ganaba el escepticismo. Quedaba una hora y ése era el resultado soñado. Pero Colonia empujaba, la gente empujaba, y estaba bravo para aguantar. Más con 10, cuando fue expulsado Marcelo Ramos, el hermano de Federico; más aún cuando hubo que remar con dos menos y durante más de media hora por la expulsión de Fabricio Martínez.

Pero aguantó, como creía haber aguantado al cierre de su grupo en el Este cuando parecía que estaba adentro y tuvo que ir al repechaje, como cuando en Río Branco parecía que ganaba y perdió, como cuando fue a Treinta y Tres y volvió desahuciado con cuatro goles en la canasta, como cuando le ganaba la primera final a Maldonado y le empataron en la hora... Como cuando iban a ser campeones, en pleno Campus, porque iban ser campeones, no faltaba nada, y en la última jugada del partido, de chilena se le pudrieron la ilusión en el ángulo y se quedó con las lágrimas y sin la copa.

Aguantó solo hasta la última bocha del juego, cuando apareció el Mono Mignone , el goleador de Colonia y del campeonato junto con el piriapolense Colman, e hizo explotar a toda Nueva Helvecia, Valdense, Rosario y Tarariras, y mandó el partido a los penales.

Así como yo te lo estoy contando, sosteniéndote hasta acá con la excusa de mis héroes de pueblo, lo vibraban, sufrían, gozaban allá donde estaba el Bar Avenida en Pan de Azúcar o en El Volcán en Piriápolis, donde los parroquianos vislumbraban una vez más que no había mañana.

Zona Oeste de Maldonado no erró ni un penal y logró una vez más la hazaña.

El partido terminó 2 a 1, igual que en Pan de Azúcar, y en los penales sólo pateando cuatro ganó.

Ya están entre los mejores cuatro del interior, y hoy, mientras yo ya no sé si estás ahí o no, si pude cambiarte ese "no sé" por un "sí, te sigo te leo", ellos estarán reponiendo mercadería en el súper, amasando croasanes, haciendo girar las tres últimas bolas de la noche, y alguien, capaz que vos, les hará saber, como ya lo había enseñado Eduardo Sacheri en su magistral cuento "Una sonrisa exactamente así", cómo once, quince, veinte gauchos que hablan de tú pueden enamorar una historia.
Martín Ehz

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