La felicidad total parece no estar destinada a ser una sensación frecuente entre los hinchas uruguayos. El empate de ayer ante los ecuatorianos significó un baño de humildad importante para buena parte de la afición local, alimentada por los generadores de tormentas con matracas vernáculos, que luego de la victoria ante Colombia se empezaron a ilusionar con vender paquetes turísticos para Pretoria, Ciudad del Cabo y Johannesburgo. Capaz que la excursión al sur africano sale, pero va a costar mucho conseguirla porque en la región hay muchos interesados.
Ecuador -un equipo bien afro, con muchos negros (en el buen sentido de la palabra, diría alguno)-, ayer jugó como debe jugar un equipo visitante en estas instancias, tal como lo había hecho nuestra selección pocos días antes en Bogotá.
El trámite del partido estuvo dentro de lo esperable y la gran falla celeste fue no encontrarle la vuelta a la estrategia planificada por Vizuete, que ya suma cinco partidos invicto como entrenador ecuatoriano.
Una de las cosas positivas de ayer fue el entorno que rodeó el terreno de juego. Las tribunas del Centenario por primera vez en las presentes eliminatorias tuvieron -pese a los precios excesivos- el marco y la actitud necesaria en esta difícil competencia, pero la alegría no llegó.
Era difícil ganar equivocándose tanto como lo hizo Uruguay ayer. Si se ejecutan mal la enorme mayoría de las pelotas quietas, si la elaboración de juego es deficitaria y por lo tanto los delanteros no son bien abastecidos, imponerse en un partido tan cerrado se transforma en una quimera.
Así como la victoria sobre los colombianos mostró una cara muy positiva de nuestra selección, lo de ayer fue un revival de las frustrantes igualdades ante Chile y Venezuela. Y perder puntos de local siempre duele.
Pero aunque queda la sensación de coitus interruptus por no haber podido cerrar con 6 puntos esta serie de dos juegos, las chances celestes siguen intactas. Es más: viendo como una unidad de juego los dos partidos, cuatro puntos sobre seis, en un partido en casa y otro afuera no es un mal número. Lo que duele o irrita es que no fueron los seis que nos habíamos imaginado después de Bogotá, o que se perdieron dos puntos en casa.
Los partidos del mes que viene como visitantes ante Argentina y Bolivia serán los dos últimos desafíos de este 2008 y luego -en marzo del año próximo- será turno de ser locales nuevamente ante Paraguay.
Las próximas incursiones por Buenos Aires y La Paz definirán el estado de ánimo celeste en Navidad y condicionarán el contenido de la cartita a enviar a los Reyes Magos.
Gonzalo Giuria
jueves, 11 de septiembre de 2008
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