domingo, 14 de diciembre de 2008

Gran victoria, pobre partido

La clásica historia de los nervios, del mal juego y de las grandes jugadas que definen
Si Nacional ganaba -y lo hizo- se quedaba con la punta, con la disputa del Torneo Apertura casi en exclusiva ante Danubio y con Peñarol fuera de los posibles campeones dos partidos antes del final.
Detrás hay una historia futbolística de nervios iniciales que se prolongan en exceso, de primacía de la pierna fuerte y el pelotazo más fuerte aun.
Al costado queda un marco general de lo sucedido en el Centenario, que incluye no escuchar las largas previas radiales porque en otro escenario deportivo también se jugaba otro partido con elección de jugadores principales y suplentes, con números porcentuales, con alientos estentóreos, con barras que obligaban y con revancha en seis meses. Todo igual. O casi.
También será recordable el partido por la aparición de un tablero electrónico coqueto y reproductor de las mismas imágenes que uno ve directamente. O por el estruendo tipo Irak avasallado por las armas de Bush, con bombas de todo tipo y de toda prohibición en la Amsterdam aurinegra a la entrada del equipo. O por la extraña influencia del Morro García, quien fue definidor del partido (a él le cometieron el penal) sin tocar la pelota en los cinco minutos que estuvo en la cancha. O por la Olímpica (a 250 pesos la entrada) apenas a medio llenar como pocas veces se ve en este tipo de partidos.
La media cancha de Asconeguy, Mozzo y Medina, nunca antes probada por Mario Saralegui, obviamente no fue consistente ni productora de fútbol de alta calidad, bandera que levanta en cierta soledad Tony Pacheco. Richard Núñez -hay que decirlo- participó en todas las contadas ocasiones de gol elaboradas. Avanzando el partido, el DT optó por una variante extraña de la desesperación: llenar su formación de delanteros y armadores de juego (Carlos Bueno, Núñez, Pacheco, Petete Correa, Nasa, Abel Hernández). Obviamente no logró predominio por eso, ni siquiera aprovechando la ventaja del hombre de más que tuvo desde la expulsión del Morro. El equilibrio y el balance son virtudes del fútbol de estos días y de siempre.
Pelusso también fue creativo en la formación de su media cancha, pero manteniendo su estilo moderado. Incluyó allí al argentino Matías Rodríguez, pero él sabía que, por la capacidad de contacto con la pelota que tiene, había muchas posibilidades de aumentar, en ese lugar céntrico de la cancha, el nivel de las actuaciones en el lateral derecho, que, de por sí, no eran malas.
En un partido que bien pudo salir empatado, asomó la cabeza Leo Burián con atajadas decisivas en pelotas en las que los protagonistas aurinegros fueron casi siempre Pacheco y Richard Núñez. Victorino y Melo, maduros y efectivos, sirvieron de respaldo al aplomo de OJ y Arismendi. Fueron el sostén del equipo.
Nacional obtuvo una gran victoria dentro de un partido opaco sólo disimulado con esas vibraciones que llegan desde fuera del césped, desde la historia y desde ese dar todo de cualquier protagonista de un partido clásico.
Jorge Burgell

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