Con goles en el segundo tiempo Cerro ganó 3-0 a Rampla Juniors y se fue pipón del Estadio Olímpico
Una gran jornada para los cerrenses albicelestes fue la de ayer. El Cerro-Cerro ganó por tanteador contundente, el mismo de hace 14 años, la última vez que se habían enfrentado en el estadio del rival tradicional, el que da a la bahía montevideana. La jornada dominguera sirvió para que el festejo se alargara lo más posible, pero la tarde resultó demasiado extensa para los hinchas del Picapiedra. El buen fútbol estuvo ausente en la mayor parte del partido matutino, y la emotividad presente sólo en paralelo al resultado registrado.
El clásico del Cerro se jugó donde se debe, en el Cerro y en el escenario del local. El dato anecdótico principal marca que Cerro ganó 3-0 vengando el 1-0 registrado en el Tróccoli en el Clausura pasado. Ahora están 31 a 31 en los partidos jugados por el Campeonato Uruguayo.
La inseguridad
El partido demandó un operativo de seguridad enorme y costoso. Desde ese punto de vista hay que decir que, en general, se cumplieron los objetivos. Capaz que fue brillante. Entradas y salidas al escenario que se arrincona en la bahía fueron claramente separadas. Un palco oficial que abandonó su función e hizo de separación de las dos parcialidades funcionó a la perfección. Cada hinchada sacó una cantidad de entradas casi equivalente, aunque Rampla disponía de casi el doble de espacio, que sus hinchas no ocuparon íntegramente.
El operativo aseguró lo que no debería estar en riesgo. Un hincha debería tener el derecho de festejar el gol de su equipo al lado del hincha del otro cuadro sin que éste se sintiera mal. Sin embargo, lo que debería ser normal, se ve como algo extraño y se deben hacer tremendas inversiones que no le sobran al fútbol oficial para separar las intolerancias mutuas. La sociedad uruguaya y los dirigentes del fútbol deberán hacer un gran esfuerzo para volver al revés lo que está sucediendo, en búsqueda de un fútbol sin violencia y, por lo tanto, sin vigilantes que resultarían innecesarios. Por supuesto –no hay que ocultarlo- que la violencia verbal campeó en su impunidad también ayer en el Olímpico. Consignas de confrontación fueron coreadas por cientos como sucede, amplificado, en otros escenarios mayores y menores en estos días y en este país.
El fútbol ausente
Una situación se visualizaba en lo previo: los dos equipos tienen buen juego y seguramente no estarán en los últimos lugares en esta temporada. Cualquier espectador podía tener la esperanza de ver un partido con mucha creación de fútbol. En lo personal había visto jugar bien a Cerro ante Defensor y a Rampla frente a Peñarol.
El primer tiempo le dio un revés a esa idea. Juego forzado siempre. Lucha en 40 metros. Ninguna jugada clara. Nada en apertura de cancha. El viento que favorecía, teóricamente, a Cerro, y la cancha con un piso no apto para que la pelota corriera libre, también atentaban con los planteos de ambos equipos, muy volcados a frustrar al otro más que a crear espacios de creación de juego.
En el segundo tiempo, el primer gol cambió el trámite. Un corner a favor de Cerro fue ejecutado por Álvez, y Pablo Pallante, que había subido a buscarla por arriba, la encontró por abajo debido a la falla defensiva de los locales.
Allí el partido se desniveló: Rampla quedó acogotado, sin aire, por los nervios del resultado desfavorable. Cerro creció en posibilidades de llegada al área rival, al encontrar terreno despoblado cuando inició nuevos ataques. Matías Cabrera hizo ver sus cualidades; Sebastián Suárez, de los más efectivos a la hora de destruir ataques ramplenses, pasó a ser organizador de fuste; Junior Aliberti contribuyó más que Álvez, los zagueros centrales – Seba Martínez y Pallante- daban firmeza y sostén anímico.
El segundo gol nació de una excelente acción colectiva muy bien culminada por este nuevo Dadomo-volante, una creación más de un DT como Repetto, sobrio y afirmador de propuestas a las que da tiempo y confianza.
El gol del 3 a 0 vino en los descuentos, cuando sólo eso era esperable: un tanto que le diera contundencia al tanteador final. Se lo ganó el tiro libre excelente de Matías, el hijo de Sergio Cabrera –asistente de Da Silva en Defensor- y sobrino de Eduardo Acevedo.
Quedaron las emociones encontradas de las hinchadas cerrenses, y una posición de privilegio que los albicelestes acompañan con el orgullo y el mérito de ser uno de los invictos del torneo.
Jorge Burgell
domingo, 28 de septiembre de 2008
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