Ver a Uruguay es pasar por un electro de fuerza. No éste, no ahora, siempre. ¿O qué te crees, que cuando Nasazzi y los suyos subieron las escaleras de la Olímpica en el entretiempo rumbo a los vestuarios en la final del 30 iban cantando cuartetas de la Troupe Ateniense? ¿Qué pensás, que cuando Friaca nos clavó como un zapato viejo, los que estaban escuchando a Solé se empezaron a cagar de risa de un chiste de Peloduro? No mijo, no, siempre ha sido así. ¿Y sabés por qué? Porque todo lo que hemos logrado ha sido con esfuerzo, siendo casi siempre menos y soñando, queriendo, soñando. Por más que estoy sentado, tomando mate y en casa, realmente siento que mi corazón está pasando por un test que asegura su fortaleza. La tensión por stress mirando un partido por televisión aún no tiene tratamiento. No es una cosa jodida, pero si viene mal barajada te puede dejar verde y explotar como un sapo, como le pasó al Viejo Casale el 19 de diciembre de 1971. Se sabe, yo no juego, pero creo en ellos y ello me involucra, aunque esté a miles de kilómetros, aunque no la pueda cabecear, no pueda tirarme a los pies, no pueda picar o no pueda determinar quién marca a quién. Mis piernas están próximas al acalambramiento, a mis músculos les está faltando oxigenación a pesar de lo mullido del sillón, de la ventolina de afuera. Es que yo también estoy a pie firme, quitando, apoyando, ordenando. Era lo que había que hacer y después jugar algún bochazo seguro para que corran los de adelante, para que la tengan, para que los claven. Tengo los dientes apretados, pero la cabeza en claro, como para disparar la acción que creo que corresponde, la que ha sido estudiada, la que hay que hacer. No se dónde estoy, si en la clínica, en mi casa o en el Atahualpa, pero me pareció escuchar a los tipos de la tele decir tres veces en menos de un minuto que Uruguay estaba eliminado del Mundial. Ni me calenté. Sabía que pasara lo que pasara, algo había pasado que trascendía largamente el partido de Quito, los últimos partidos, la clasificatoria. Era el plan, el proyecto, la racionalidad, la insistencia por desarrollar una silenciosa revolución desde el pie, que pueda driblear el resultadismo y apoyarse en la seguridad y convicción del trabajo y de la lucha por la superación. Cuando Forlán se la pudrió en el ángulo, pasó una ambulancia por mi casa , pero no era para mí. Mi corazón y mi razón están aptos para la celeste.
Rómulo Martínez Chenlo
lunes, 12 de octubre de 2009
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