Con goles de Diego Vitabar y Richard Núñez fue empate 1 a 1 entre River y Peñarol
El Centenario es un horno, una olla en ebullición, una ola de espuma sudorosa.
El sol quema. Cansa. Muchos lentes negros, gorritos con visera y tremendo calor.
Los minutos pasan pegajosos en una temperatura ambiente agobiante -al borde de la asfixia- bajo un techo bien azul. Terminó el domingo y ya todo el mundo está pensando en el domingo que se viene. Ahí, no importa nada. La tabla es secundaria, la magia del clásico hace desaparecer los puntos, la mala racha, las ondas negativas.
Revive siempre el sueño de todos los campeonatos.
Fue empate 1 a 1 entre River y Peñarol, con un ambiente de calor imposible, con cuarenta grados, ahí, en la sopa verde del pasto.
El fútbol aurinegro desnudó incapacidad colectiva para generar volumen ofensivo y poder quebrar al rival.
El Peñarol del artiguense Saralegui terminó jugando rápido pero apurado, metiéndole garra a un fútbol nervioso, presionado por el resultado.
River jugó con mejor y mayor claridad en el fútbol colectivo en la primera mitad, pero le faltó precisión ofensiva a la hora de pegar en la red.
El partido fue abierto y cualquiera de ambos equipos pudo llevarse la victoria. Ambas escuadras se turnaron el dominio y el contragolpe como estrategia de juego.
Cuando corrían apenas tres minutos del segundo período llegó la primera ovación del gol.
El darsenero Diego Vitabar apareció en zona caliente a tocar el esférico y mandó el 1 a 0 parcial a las redes.
Peñarol apretó clavijas, empezó a remar y logró el empate con un zurdazo exquisito de Richard Núñez, que le pegó fuerte y seco, bien abajo, cruzado y contra un caño.
Fue el 1 a 1 definitivo para un partido parejo y con dinámica de ida y vuelta.
Como si se jugara en una cornisa sin red de contención. El que la metía, sin dudas ganaba.
Cuando llegó el cansancio y la adrenalina se desplomó ya sin ganas, no pasó más nada. Las chances se espaciaron y ganaron las defensas sobre los hombres de avanzada.
En el River siempre ofensivo de Carrasco cumplió buena faena el veloz Pelo Ortiz, y jugó buen partido el volante Mario Rizzoto en mitad de la cancha, marcando y pasando la guinda, mientras el Japonés Rodríguez volvió a mostrar el talento de la pierna zurda.
En Peñarol, el Tony Pacheco sigue siendo la figura de esta escuadra mirasol, que no encuentra aún la brújula de un fútbol que explote y entusiasme.
Restan tres partidos para el final del campeonato. Peñarol depende de otros, dejó escapar la chance de arrimarse más arriba en la tabla, pero la fiebre colectiva desaparece o entra otra vez en ebullición el próximo fin de semana. Se viene el clásico. El revienta corazones revive la pasión de la manyamanía.
Marcelo Tasistro
domingo, 7 de diciembre de 2008
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