lunes, 9 de marzo de 2009

Muy bueno, sote

Peñarol goleó 4 a 1 a Rampla y está arriba. El miércoles se juega el pico con Racing
El fuego está prendido, la ilusión también. En el horizonte alumbra un resplandor. A las cinco de la tarde cayó un bombazo de agua como para dejar helado a cualquiera. Las nubes negras se disiparon cuando la calidad del maestro Antonio Pacheco entró en ebullición.
Le apuntó al arco y zambulló un zapatazo inatajable al caño del arquero.
Fue el 1 a 0 cuando corrían apenas quince de juego, que arrancó la ovación y el alboroto.
De inmediato, la reacción picapiedra explotó -como si fuera una piñata- en el arco aurinegro con un cabezazo seco de Hernán Peréz para gritar el empate sorpresivo.
El match entró en la lucha física, en voltaje de dinámica, mordeduras de pressing a la bola y camisetas empapadas. En esa pista veloz, casi jabonosa del Centenario, el Peñarol del temperamental Ribas generó varias ocasiones de gol hasta destrabar el resultado con un zurdazo violento para el golazo de Richard Núñez.
Antes de eso, Rampla quedó encajonado y entre Vikonis y los palos salvadores el conjunto rojiverde resistió la caída.
Después, en la serena tranquilidad del replay televisivo se apreció la falta cometida por el Loco Bueno sobre la humanidad del golero Vikonis, pero ni el juez ni el línea vieron nada. Yo tampoco.
Como media hora más tarde, ya en el segundo acto, José María Franco quedó de cara al gol -con perfecta asistencia de Pacheco- y atornilló con disparo rastrero y bien fuerte el 3-1 carbonero.
Luego, igual que en una función de ilusionismo, misteriosamente todo quedó en amarillo y negro. Fue un refucilo raro. Cuando el artiguense Carlos Bueno sacó un zurdazo impresionante, de allá lejos, y conectó el 4-1 lapidario.
Los corazones aurinegros batieron la alegría con alma y vida en el abrazo entre el Loco y el gladiador Ribas con sentida pasión.
Le dieron repentina cuerda a las gargantas con frenética matraca.
Los aplausos bajaron generosos y en cataratas desde la tribuna cuando el coach mirasol determinó tres cambios al unísono incluyendo al punta juvenil Ramis en lugar de Bueno.
Peñarol fue mucho más que Rampla y dominó el cotejo a fuerza de goles.
Se paró con líneas sólidas, Darío retomó su viejo andar, el Talento Pacheco volvió a brillar, Richard Núñez encajó un golazo y el Loco Bueno es un peligroso cuchillo más filoso que una guillotina.
El barco de Rampla va a navegar aguas barrosas si no encuentra el rumbo futbolístico y un claro timonel.
Cuando ya no había más nada y el eco de la victoria rebotaba bajo un cielo de limón, muchos apurábamos la marcha por 18 hacia la plaza Libertad.
Tal vez, no sé, confundidos, tres botijas con la pasión carbonera exultante no paraban de cantar cuando había banderas levantadas en todas las esquinas en contraste de colores también brillosos pero numéricamente superiores.
La peculiar magia en remolinos de matices volvió con la vida y el fútbol.
Hay legítima alegría en la ciudad, plata más o plata menos, esa legendaria fábrica sin humo que es el fútbol nuestro, alimenta el sueño de todos los uruguayos. Por suerte gira la vida, gira la guinda eterna, señores, ganó Peñarol.
Marcelo Tasistro

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