domingo, 22 de marzo de 2009

Un camión a las nubes

El clásico Cerro-Rampla alimentó la fiesta y la magia de un barrio futbolero. Un partidazo de color albiceleste para ganar 3-2 Llore, don Osvaldo, llore. Usted tiene todo permitido.

Llore tranquilo. Me lo imagino gesticulando en la tribuna envuelto en el olor a pólvora. Con la garganta seca y sudando la gota gorda bajo la camiseta apretada y de colores brillantes celeste y blanco.*

A los seis minutos de juego, cuando la magia del clásico había imantado todos los ojos de la barriada, estalló el alarido del gol al momento que el armenio corpulento, el delantero Joaquín Boghossián, metió el puntazo a la globa y mandó toda la pasión de la hinchada a temblar en los piolines.
El gol cayó más pesado que un camión de escombros. Cerro juega lindo, tiene un tuya y mía que entusiasma. Rampla navega en la lucha intentando remar el clásico y levantar el ancla eterno de la rivalidad.

Llore, Negro, llore. Como cuando la santa vieja lo traía de la oreja a tomar la leche desde el campito justo cuando el partido estaba espectacular y usted tenía una tarde increíble, igual que la del Potrillo cuando le hizo siete a Huracán Buceo. Aquel Cerro lejano, atestado de obreros de la carne y boliches en cada esquina quedó para siempre en la memoria.
Usted sabe. Se le pone la piel de gallina cuando ve a los muchachos con la histórica casaca trotando en cámara lenta rumbo a la cancha. Lo lleva en la sangre, en el latido del cuore.*

La escuadra albiceleste le metió presión al fútbol, con pelota al piso y el objetivo del arco enemigo en cada ataque.
Rampla, furioso, ensayó una corrida veloz de Puerari y el golero Ferrando salvó el empate. Antes, un remate del zaguero Melo arrancó la ovación, y una combinación con protagonismo de Pellejero volvió a reventar la emoción. Casi enseguida, tras un córner bien tirado, Fabián Trujillo se subió al pedestal de la gloria -transformado en el héroe de carne y hueso de la jornada- y metió un cabezazo cruzado hacia abajo.
El golero Vikonis -de apellido polaco o yugoslavo- quedó congelado, una estática que acompañó también la defensa y cayó como una bomba el 2-0 favorable al Cerro aguerrido que se desparramó por todos lados.
El 2-0 se descolgó más complicado que un viaje de pedregullo. La tribuna local afiató el coro y brilló con eco el "Soy de Cerro [bis] / de Cerro soy yoooo...". Había puños que parecían martillos y caras elásticas como goma de mascar. A los cuarenta minutos se armó el quilombo. Le tiraron de todo al banco de Rampla. La hinchada picapiedra, enloquecida, aporreó a los muchachos del cuadro. Luego hubo un vuelo de trompadas y galletazos. Un remolino de cachetazos sin miedo escénico y, salvando las distancias, parecido al lío del Parlamento. A los cinco minutos del segundo tiempo se complicó todo. Cerro ganando 2-0; le bastaba administrar más o menos las acciones para afirmar el resultado. La pelota rebotó en la mano del Chancho Dadomo y el Negro Silva Cerón la mandó a guardar.
El juez Ubríaco igual marcó el punto blanco, el redondel de la muerte. El penal electrificó el aire y los corazones picapiedras volvieron a latir. El comandante de Rampla, el argentino Guevara, descargó el esférico con calidad para un lado, mientras el golero se tiraba para el otro.
Hubo un silencio absoluto. Fue el 2-1 que le metió incertidumbre a todo. A quemar adrenalina, señores, y mirarse de reojo. Vinieron luego minutos de lucha y varillazos fieros, de piernas como lanzas, metiendo dientes y saliva abundante. El Piojo Pérez, escurridizo, tuvo a punto de caramelo la conversión pero Vikonis mandó la globa al córner. Cerro ensayó varias jugadas de gol, pero le faltó punch. Rampla, con algo más de oxígeno, empezó a creer. Apeló a la rebeldía innata, al aguante del oeste, pero se hundió en el barro de las limitaciones ofensivas.

Llore, don Osvaldo, llore. Llore tranquilo. Usted tiene esas lágrimas permitidas cayendo en cascada por las laderas laburantes del viejo Cerro que lo vio correr siendo botija por los campitos en la calesita eterna del fútbol y las bolitas.
Dicen que usted definía con las dos piernas y de balero, la colocaba muerto de risa allá, donde cagan las arañas. Una vuelta lo vieron hacer un gol de mondonguillo que contaban siempre en el mármol del RamCer. Llore, Negro, llore. Los misterios del destino todo lo pueden. Igual que cuando mataron cobardemente a Héctor da Cunha aquel 11 de marzo del 2007, pero que hoy sigue vivo en los recuerdos. Fueron lágrimas de diamantes por una muerte estúpida e inútil. La vida también tiene estas infamias.*

Están 2-1 y la batalla táctica inclina el tablero hacia filas albicelestes.
En un pestañeo, al golero Vikonis se le escapó la guinda y apareció Fabián Trujillo en la montonera del área chica para anotar el estruendoso 3-1. El aliento explotó con todo. Al rato, en una pelota quieta con salida en falso del golero Ferrando, el floridense Peula convirtió el sorpresivo 3-2. A esa altura, un partidazo. La incertidumbre se resbala por la Fortaleza y en las casas muchos se hacen cruces y cinchan como locos. Faltan apenas cuatro minutos y Cerro sigue errando goles. Cuando el juez señaló el final, el estallido del griterío subió por el espiral del hechizo hacia el cielo celeste. Ganó Cerro 3-2 el clásico de siempre, el de toda la vida, en un resultado casi mentiroso porque debió ser más abultado. A la hora en que los ravioles están boyando en la olla, y el olor a leña sube en remolinos bajo el techo azul, el barrio se retuerce igual que los globitos de una buena cerveza fría y usted, don Osvaldo -que ya está un poco gordo y algo pelado-, se abrazó emocionado a toda la banda que asaltó el mostrador del bar y las cantinas escondidas. Y ahí se quedó, acodado a la gloria infernal de la fiesta clásica. De los cánticos y los petardos, de la bandera del alma y las sonrisas, de la matraca del tiempo que ya no vuelve más. Después, cuando bajaron las pulsaciones y el camión se iba repechando hacia las nubes, se puso a pensar, baboso, en cómo embromar al vecino, al primo hermano, a los amigos de toda la vida, a ese pariente raro, a todos los muchachos conocidos, al Pepe, el verdulero, o al Ángel, el panadero. Es decir, al eterno enemigo picapiedra que duerme cada noche enroscado en las sábanas en la casa de al lado.*
Marcelo Tasistro * dedicado al Negro Maidana.

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